
Imagina por un momento que tienes frente a ti a alguien que quieres mucho. Alguien que lo está pasando mal. Que se siente cansado, desbordado, exigido por todo lo que “debería” estar haciendo. Que está viviendo en un cuerpo que no siempre responde como le gustaría.
¿Qué le dirías?
Probablemente le hablarías con cariño. Le recordarías que no está solo. Le darías permiso para parar. Para respirar. Para no tenerlo todo claro ni todo bajo control.
¿Y por qué no haces lo mismo contigo?
Muchas veces, nos hablamos con una dureza que jamás usaríamos con un ser querido. Nos exigimos más de la cuenta, nos presionamos con expectativas que no vienen de dentro, y cuando algo duele —el cuerpo, el ánimo o ambos—, encima nos reprochamos por no estar bien.
Y así, lo único que conseguimos es separarnos aún más de lo que necesitamos. A veces el primer paso para estar mejor no es hacer más, sino tratarnos mejor.
Reconocer que sentirse abrumado no es debilidad, es humanidad. Que no llegar a todo no es fracaso, es límite. Que no puedes con todo, y está bien. Porque nadie puede.
Y cuando aparecen esas voces internas que insisten en que “deberías estar mejor”, “tendrías que poder”, “no te puedes permitir parar”… cuestiónalas. No todo lo que pensamos es verdad. Muchas veces son solo viejos guiones que ya no nos sirven.
Puedes empezar por algo sencillo: escuchar tu cuerpo. No como una máquina que debe rendir, sino como un aliado que te acompaña cada día. ¿Te pide descanso? ¿Movimiento? ¿Contacto? ¿Espacio?
Y si no puedes solo, pide ayuda. A veces sanar empieza por dejarte cuidar.
Lo que te propongo no es una receta, ni un consejo técnico. Es una invitación: háblate como le hablarías a alguien que amas. Con esa misma paciencia. Con ese mismo cuidado. Con ese mismo amor.
Y observa qué cambia cuando empiezas a hacerlo.