
Es fácil caer en la trampa.
Ves a alguien avanzar más rápido, con más energía, con más resultados… y te preguntas:
“¿Por qué yo no?”
Y así, sin darte cuenta, dejas de mirar tu propio camino para empezar a caminar con la vista puesta en el del otro.
En el ámbito de la salud, esto es especialmente delicado. Porque no hay dos cuerpos iguales, ni dos historias iguales, ni dos procesos iguales. Comparar tu evolución con la de otra persona es como comparar el otoño con la primavera: ambos tienen su belleza, pero sus ritmos son distintos.
Cada uno llega con su historia, con sus retos, con sus circunstancias. Y lo que para uno es un paso pequeño, para otro es una auténtica conquista. Eso es lo que hay que celebrar.
Cuando dejamos de medirnos con la vara de fuera y empezamos a observarnos con honestidad y compasión, algo cambia.
Aparece la gratitud. Aparece la autoaceptación.
Y sobre todo, dejamos de exigirnos desde la carencia para empezar a cuidarnos desde el respeto.
En el centro lo vemos constantemente. Personas que creen que avanzan “lento” hasta que miramos juntas hacia atrás y nos damos cuenta de todo lo que ha cambiado.
Porque no es solo el síntoma. Es cómo te relacionas contigo. Es cómo te sostienes en los días más difíciles.
Y eso no se mide en centímetros ni en rapidez. Se mide en coherencia. En constancia. En escucha.
Así que la próxima vez que te descubras comparándote, haz una pausa. Y pregúntate:
¿Dónde estaba hace un mes? ¿Qué he aprendido? ¿Qué estoy sosteniendo con más conciencia?
Eso es lo que cuenta.
Y por si lo olvidas, aquí estamos. Para acompañarte en tu proceso. Para ayudarte a ver lo que ya estás logrando. Y para recordarte que tu camino no se parece al de nadie…
porque tú tampoco te pareces a nadie.
