
¿Te acuerdas de cómo te cuidaban cuando eras pequeño?
Quizá fue tu madre, una abuela, o alguien que simplemente estaba ahí con presencia, atención y cariño.
Ese tipo de cuidado que no se mide en tiempo ni en gestos, sino en cómo te hacía sentir: seguro, visto, importante.
Con los años, pareciera que ese tipo de mimo deja de estar permitido. Como si cuidar de uno mismo fuera un lujo o una cursilería.
Pero ¿y si en realidad fuera una necesidad?
¿Y si esa sensación de cuidado fuese justo lo que necesitamos para equilibrarnos en medio del ruido diario?
Cuidarse no es solo atender lo físico —aunque también—. Es volver a poner el foco en lo esencial: en cómo estás, en cómo te hablas, en cómo te eliges.
Puede ser algo tan simple como empezar el día con una taza caliente entre las manos y cinco minutos de silencio. O preparar tu comida con cariño. Caminar sin prisa. Decir que no. Pedir ayuda. Respirar más profundo.
Y también, claro, elegir conscientemente cuidarte con herramientas como la quiropráctica.
Porque cada ajuste es también un acto de mimo.
Es elegirte. Es recordarte que tu bienestar importa. Que tu cuerpo merece funcionar sin interferencias. Que estás a tiempo de reconectar contigo.
Así que si te preguntas cómo cuidarte, empieza por aquí:
Trátate como lo haría quien más te quiere.
Con ese mismo respeto, con esa misma dedicación.
