
A veces pensamos que la postura es solo una cuestión estética o de ergonomía. Pero cada vez hay más evidencia de que la manera en que colocas tu cuerpo influye directamente en cómo te sientes y cómo te enfrentas a la vida.
Hace poco volví a escuchar una charla TED que ya conocía y que sigue pareciéndome brillante. Se titula “Your body language may shape who you are”, de Amy Cuddy. En ella, la autora habla sobre cómo ciertas posturas —especialmente las que llaman «posturas de poder» o posturas expansivas— pueden tener un impacto directo en nuestras hormonas y, por tanto, en nuestra actitud, nuestra seguridad y nuestras decisiones.
Cuddy lo resume con una frase sencilla:
“Fíngelo hasta que lo consigas.”
No se trata de aparentar algo falso, sino de recordarle al cuerpo cómo colocarse para facilitar una respuesta más alineada con quien queremos ser.
Y lo más interesante es que esto encaja perfectamente con lo que vemos en consulta. Porque:
• Cuando te sientes bien, tu postura mejora.
• Pero también, cuando mejoras tu postura, empiezas a sentirte diferente. Más abierto. Más presente. Más fuerte.
Y aquí la quiropráctica tiene un papel fundamental.
Cuando eliminamos interferencias del sistema nervioso, el cuerpo recupera su capacidad natural de autorregulación. Es decir, no solo mejora el movimiento articular o el dolor: también mejora la organización del cuerpo en el espacio. Y eso, a la larga, impacta en tu fisiología y en tu estado anímico.
Muchos de los cambios que ves en tus evaluaciones posturales no son solo estéticos. Son señales de algo más profundo:
de que te estás reorganizando desde dentro.
Así que la próxima vez que te mires al espejo y notes que estás más erguido, más centrado o más abierto… celébralo.
No es casualidad.
