
Durante mucho tiempo nos contaron que la genética era como una sentencia: lo que te tocó al nacer marcaba tu destino. Pero hoy sabemos que no es así. Gracias a la epigenética, entendemos que nuestros genes no son un destino, sino un punto de partida.
Imagina que tu ADN es una partitura enorme. Pero lo que suena —la música que finalmente se escucha— depende de cómo toques cada nota. Y aquí entra tu vida: lo que comes, cómo te mueves, cómo gestionas el estrés, cómo te hablas… Todo eso influye en qué genes se activan y cuáles no.
Y aquí viene lo interesante: no solo podemos «leer» esa partitura… podemos dirigirla.
Cada decisión cotidiana es como una batuta que va marcando el ritmo de tu biología. Y aunque no podamos cambiar los genes con los que nacimos, sí podemos influir en cómo se expresan. Ahí es donde está tu poder.
¿Y qué tiene que ver la quiropráctica con esto?
Mucho. Porque si entendemos que la expresión genética está influida por el entorno interno y externo, entonces tener un sistema nervioso libre de interferencias es clave.
Cuando tu cuerpo se adapta mejor, responde mejor, descansa mejor y vive menos estresado… es lógico pensar que su expresión genética también será más saludable.
Quizá aún no haya estudios que lo midan con precisión. Pero como decía el propio artículo: tampoco hace falta un estudio para entender que el brócoli es mejor que los donuts si quieres cuidar tu salud.
A veces basta con la lógica.
Por eso, más allá de los datos, lo importante es que tú eliges. Eres el director de esa orquesta biológica.
Y cada día tienes una nueva oportunidad para afinar tu salud desde lo que piensas, haces y decides.
No se trata de hacerlo perfecto, sino de ser cada vez más coherente con lo que sabes. Y eso, al final, también se nota en el cuerpo.
