
Estamos rodeados de fuerzas todo el tiempo. Algunas son sutiles, como la gravedad o el paso del tiempo. Otras más evidentes: un empujón, un abrazo, una caída.
Y entre todas esas fuerzas, hay una que quizás no te habías planteado así:el ajuste quiropráctico.
Sí, también es una fuerza externa. Viene de fuera. Pero —y esto es importante— no cualquier fuerza externa tiene el mismo impacto. Lo que diferencia un ajuste de, por ejemplo, una caída… es la especificidad.
Porque para que una fuerza se convierta en ajuste y no en interferencia, hace falta que se dé:
- En el lugar preciso (la vértebra que lo necesita).
- En el momento oportuno (cuando hay una subluxación real).
- En la dirección correcta (para corregir, no para crear más desajuste).
- Y con la intensidad justa (ni más ni menos).
Cuando estas cuatro condiciones se cumplen, no es solo que se mueva una articulación: es que el sistema se reorganiza.
La inteligencia innata del cuerpo aprovecha esa fuerza específica para hacer su trabajo: liberar, ajustar, reequilibrar.
BJ Palmer, una de las grandes figuras de la quiropráctica, solía decir con humor que incluso alguien podría recibir un ajuste por accidente… si, por ejemplo, justo en el momento exacto en el que tiene una subluxación, alguien le da un golpe con la dirección, fuerza y lugar adecuados.
¿Podría ocurrir? Técnicamente sí.
¿Es probable? No mucho.
¿Es recomendable? Claramente no, sobre todo si el “ajuste espontáneo” viene en forma de palazo.
Nuestro trabajo, como quiroprácticos, es justamente aumentar al máximo las probabilidades de que esa fuerza sea precisa. Que no sea cualquier presión, sino un impulso exacto, medido y adaptado a tu cuerpo, para que sea él quien complete el proceso.
Porque el verdadero ajuste no lo hacemos nosotros.
Lo haces tú, desde dentro. Nosotros solo damos el estímulo. El resto, lo pone tu cuerpo.