
Imagina que estás en casa y, de repente, enchufas demasiados aparatos a la vez. Todo iba bien… hasta que pum, salta el fusible. No es que algo se haya roto, pero el sistema se ha saturado. Y para protegerse, corta la corriente.
En tu cuerpo pasa algo muy parecido.
Todos los días estás expuesto a lo que podríamos llamar “fuerzas externas estresantes”: cosas que, aunque no sean necesariamente malas, ponen a prueba tu sistema. La gravedad, el frío, una mala postura, la comida que eliges, tus pensamientos, el estrés… Todo eso ejerce una presión.
Y frente a eso, tu cuerpo responde con fuerzas internas resistivas: tu capacidad de adaptación, tu sistema nervioso, tu energía vital. Ese equilibrio entre lo que te llega de fuera y cómo lo gestionas desde dentro es lo que mantiene tu salud.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando la fuerza externa supera tu capacidad interna de adaptación?
Pasa lo mismo que con el enchufe: salta el fusible. Y en quiropráctica, eso se manifiesta muchas veces como una subluxación. No es un fallo. Es una respuesta. Es el cuerpo diciendo: «Esto me sobrepasa. Necesito que me ayudes a volver al equilibrio.»
Por eso, no se trata solo de evitar lo que nos “desregula” —aunque claro que ayuda reducir tóxicos, estrés o malos hábitos—. La clave está en hacernos más resistentes.
En fortalecer la respuesta adaptativa de nuestro sistema. Y ahí es donde entra el ajuste quiropráctico.
Con cada ajuste, el sistema nervioso recupera capacidad. Mejora su comunicación. Gestiona mejor los desafíos del entorno. Por eso muchas personas que antes se desajustaban con cualquier cosa, después de un tiempo aguantan más, incluso en momentos de estrés o tras un golpe físico o emocional.
Porque no se trata de eliminar todas las caídas. Se trata de tener un sistema que se levante mejor cada vez.